En Jalisco, el tiempo no solo pasa, se destila. Las manos que trabajan la tierra, los colores que iluminan los altares y el sonido de los mariachis en las calles son herencia viva de una región donde cada gesto tiene memoria.
En los pueblos agaveros, la tradición del Día de Muertos se entrelaza con una identidad colectiva que honra la vida a través de los sentidos: la música, la tierra y el sabor. En este paisaje cultural, el tequila ocupa un lugar simbólico, no solo como bebida, sino como herencia. Su proceso artesanal, del agave al destilado, representa el ciclo de transformación que define al pueblo mexicano.
En esta región donde el tequila nació, las manos que trabajan la tierra también guardan historias. Durante generaciones, familias enteras han cultivado agave como un legado que se hereda más allá de la técnica: una forma de vida donde el respeto por la tierra se convierte en tributo a los antepasados.
Así ocurre con la familia Pérez Ontiveros, guardianes del agave por cuatro generaciones, cuya experiencia y respeto por el ciclo natural inspiran el espíritu de Laelia. Esa herencia, preservada bajo la guía del Maestro Tequilero Carlos R. Huizar, se traduce en un acto casi ritual: transformar el fruto de la tierra en un destilado que honra la memoria, la paciencia y la devoción.
Inspirada en las raíces culturales de su origen, Laelia encuentra en el Día de Muertos una expresión natural de su esencia: un tributo a lo que trasciende. Con su nombre tomado de una flor silvestre mexicana, la marca evoca la belleza de lo efímero y la conexión entre naturaleza, arte y memoria.
“El Día de Muertos nos recuerda que lo que amamos permanece. En cada cosecha, en cada horno y en cada gota de tequila, celebramos nuestras tradiciones”, comparte Fernando Pérez Ontiveros, fundador de Laelia.
Este mes, Laelia invita a mirar el Día de Muertos más allá de la tradición: como una oportunidad para reconectar con nuestras raíces y con los símbolos que hacen de México una cultura que honra el pasado mientras celebra el presente.

